En el año
1960, el centro de Quilicura era la calle José Francisco Vergara, que tenía una
extensión de apenas unas cuatro cuadras, es decir desde la plaza a la calle San Martín, hacia el poniente.
La mayoría
de las construcciones eran añosas casas de adobe que habían resistido el paso
de muchos años
El comercio en la principal calle de Quilicura, era muy precario, una carnicería, unos cuantos almacenes, la panadería y la botica
de la esquina.
La principal
característica, era sin duda la quietud, la pasividad de la aldea que no tenía
alteraciones y que cada día no presentaba diferencias con el siguiente, es
decir las horas quietas de cada día se prolongaban también a los fines de
semana.
En el año
1960, Quilicura contaba con poquísimos vehículos motorizados, las calles
solitarias dejaban el sentir de carretones y cascos de caballos, algún tractor
y el transitar de campesinos que caminaban con sus herramientas.
Una vieja
“micro” era el transporte público que
nos conectaba con Santiago, la capital.
No éramos
más de 35 mil habitantes distribuidos en sectores muy específicos y
reconocidos: “Las parcelas”,” la estación”, “el pueblo”,
“San Luis”, “Lo campino”, “Lo Ruiz”, “Lo Zañartu”
Precisamente
ese año, un hecho inusual trastocó la pasividad y convirtió a nuestra
comuna en el epicentro de ruidosos
motores y de gran algarabía.
La federación
nacional de motociclistas y el municipio, hicieron un convenio para que
Quilicura se convirtiera en un circuito de competencias y permitiera que llegaran hasta nuestra aldea
connotados motoristas no solo de Chile, sino del nivel latinoamericano.
El “circuito
de Quilicura” tenía un gran atractivo para los deportistas y prontamente las
originales características de nuestra geografía atrajeron una gran cantidad de aficionados
de la capital.
Lo
pintoresco de Quilicura, era este aspecto de pueblo provinciano donde se respiraba
la pureza del aire y se convivía con las tradiciones y costumbres del campo.
Un día domingo, el verano del año 1960 se realizó la
primera competencia del “circuito de Quilicura”.
De pronto,
sin aviso previo, las calles de cerraron y antes del mediodía una gran cantidad
de motos de toda cilindrada invadieron nuestro pueblo y los lugareños se
sorprendieron con las hermosas motos y los potentes motores. Un olor de
combustible y sequedad invadió todos los
rincones y los Quilicuranos sorpresivamente fueron protagonistas de una nueva experiencia.
El circuito
para la competencia se iniciaba en la calle José Francisco Vergara, luego por
san Martín hacia el sur, hasta la calle Blanco Encalada.
La calle
Blanco Encalada conectaba en la curva con Manuel Rodríguez y concluía por la
calle Los Carrera.
Desde el
punto de vista técnico, el circuito era magnifico, pues presentaba muchas curvas
y zonas rectas donde los motoristas lograban una gran velocidad. Eran unos 1500
metros de pista en que los vecinos se
instalaban en las veredas para ver el paso de las veloces motos.
Las
carreras, donde por cierto, no competía ningún Quilicurano, finalizaban al caer
la tarde.
Al inicio, el
impacto que provocó la presencia y la velocidad de las motos, fue de gran connotación, pero
luego al considerar que se trataba de algo ajeno a nuestra idiosincrasia, dejó
de tener importancia y los Quilicuranos optaron por seguir los días del evento,
con normalidad e indiferencia.
Algo
inesperado ocurriría uno de aquellos
domingos de competencia.
Era la
mañana del domingo 22 de mayo del año 1960 y cerca del mediodía comenzó el
ajetreo de los motoristas.
El control
de los asistentes se hacía en la calle José Francisco Vergara en la esquina de
la “botica” de la calle Los carrera. Era el único acceso hacia la parte poniente de la comuna.
Como había
ocurrido antes, las calles del circuito quedaban vacías y las motos hacían
rugir sus motores mientras hacían el
reconocimiento de la ruta.
El día de
otoño estaba soleado de tal manera que los vecinos se instalarían en las
veredas a compartir una agradable tarde.
La
competencia propiamente tal se iniciaba ya pasadas las 14.00 horas. En verdad era
un espectáculo muy atractivo pero que no estaba enraizado en las costumbres y
en las tradiciones de la gente del “pueblo” de Quilicura.
Había
competencias para las distintas cilindradas de motos pero todas las carreras
tenían como característica especial el ensordecedor ruido de motores que
exacerbaba la impavidez de los perros, de otros animales, de
las aves y de los pájaros.
Pasadas las
tres de la tarde la competencia estaba en pleno apogeo.
De pronto,
lo inesperado.
Un violento
temblor se dejó sentir pasadas las tres de la tarde. El ladrido de los perros
el cacareo de las gallinas y gallos, el relinchar de caballos, el intenso ruido
subterráneo del temblor se mezcló con el rugir de los motores y se desató el
terror en todos los vecinos.
La tierra
temblaba con gran intensidad y era fácil observar el movimiento de las plantas
y los árboles, algunas techumbres cayeron y las más viejas construcciones de
adobes empezaron a derrumbarse.
El sismo era
de gran magnitud y de extensa duración.
El pánico se
apoderó de los vecinos y poco a poco el ruido de los motores comenzó a
silenciarse.
Esa tarde de
domingo la competencia finalizó intempestivamente y la aldea retomó su quietud,
aunque en el aire se respiraba un gran nerviosismo y una marcada incertidumbre.
Horas más
tarde, cuando se recompuso la energía eléctrica, las radio emisoras anunciaban
trágicas noticias: un gran terremoto
había sacudido el sur de nuestro país y las consecuencias eran devastadoras.
Fue al día
siguiente cuando la magnitud del terremoto se hizo manifiesta, los diarios y la
prensa de la época informaban que en la localidad de Valdivia se había
producido un gran terremoto y que prácticamente toda la ciudad estaba
derrumbada, eran cientos de muertos y desaparecidos y que el mar había ocasionado maremotos no
sólo en las costas chilenas, sino en otros lugares alejados del mundo.
El país
había quedado desconectado, los ríos se habían desbordado y las carreteras estaban
destruidas.
Lo que se
vivía en el sur de Chile era el terror.
En nuestra
comuna varias casas de adobes quedaron seriamente dañadas y otras
construcciones se derrumbaron. Lo más peligroso fueron los cables del antiguo tendido eléctrico que se cortaron con la presión del movimiento.
Años
después, en Chile nos enteraríamos que el terremoto de Valdivia, es el más
devastador del que se tenga registro.
Aquel
domingo 22 de mayo, fue el último domingo de competencia de los motoristas en
el “circuito de Quilicura”.