La comuna
de Quilicura era una zona agrícola.
La
descripción corresponde a un pueblo, a una pequeña aldea cuyos habitantes eran
en gran porcentaje, campesinos e inquilinos.
Lo anterior
variaría notablemente después de la década del año 1970, para trasformar
definitivamente esta comuna en un centro de desarrollo poblacional. El
crecimiento demográfico se hizo insostenible al inicio de los años noventa.
Durante
estas dos décadas se borraría todo vestigio de un pueblo que se caracterizó por
una vida quieta y apacible realizando las labores del campo.
Antes de
ello, esta zona era un amplio espacio verde con sauces, acacias. álamos,
árboles frutales , eucaliptos, viñas y enredaderas.
Muy de
mañana los escasos caminos veían pasar a los campesinos que se dirigían a sus
lugares de trabajo.
No era
difícil entender lo que cada personaje representaba por que generalmente
llevaba una herramienta sobre sus hombros: Una horqueta, un rastrillo, un
azadón.
Una única
vía central serpenteaba por la aldea, era la calle que conectaba a Quilicura con la carretera panamericana, pero
que se extinguía hacia el poniente, en la entrada del Fundo San Luis.
Vehículos
motorizados prácticamente no existían, eran muy pocos: al margen de la “micro” y
de uno que otro camión de carga o tractor, los automóviles sólo pertenecían a
las familias más acaudaladas.
Por la
calle central y los callejones se dejaban
ver jinetes, ciclistas, carretas y carretones.
El ruido de
los cascos de los caballos rompía la quietud del amanecer.
Era la
señal inequívoca de que una nueva jornada se iniciaba.
Calles
floridas y solitarias, callejones con alamedas,
viñas y parrones, una brisa sutil moviendo las plantas y flores silvestres, tal era la postal de Quilicura a
fines de la década de los años cincuenta.
Los
campesinos labraban y trabajaban la tierra en algunos de los muchos fundos y
haciendas que componían el territorio.
Loa
inquilinos vivían en las pequeñas ranchas que disponía el fundo para que sus
trabajadores hicieran producir la tierra en las diferentes épocas del año.
Durante el
invierno bajo las heladas las lluvias y
las escarchas los trabajadores del campo cosechaban las verduras, el apio, los
rábanos, las acelgas.
Durante el
verano y luego de intensas jornadas de trabajo la tierra producía los melones,
los zapallos, las sandías, los tomates.
La formula
comercial era simple: El patrón del fundo disponía de tierras, herramientas y
animales que sus inquilinos y campesinos convertían en productos agrícolas.
Estos se
comercializaban en los terminales y de allí se distribuían a los diferentes
sectores de la ciudad.
Por este
trabajo el campesino recibía su jornal y el inquilino su salario.
La vida y
las condiciones para las familias del campo, eran míseras.
El trabajo
que se realizaba en las “chacras” era continuo, duro y esforzado.
A veces se realizaba en la soledad junto a la
tierra y en otras ocasiones se compartían las labores y era en estos casos
donde mujeres y niños ayudaban a sus esposos hermanos o padres.
Este acontecimiento
en que la familia se constituía en una comunidad laboral sucedía en las
plantaciones de cebollas en que es necesario que cada planta quedé en el lugar
propicio, ocurría también durante la época de las heladas en que era muy
necesario “tapar” los pequeños brotes de los zapallos. Pero también ocurría en
la cosecha de choclos, en el corte de porotos pero muy especialmente en la
época de los tomates.
Al término
del mes de diciembre se cosechaban los tomates y coincidía con los días más
calurosos del verano.
Los jefes
de hogar, los inquilinos o campesinos construían una enramada para lo cual
utilizaban ramas de sauces y de álamos y confeccionaban una suerte de choza
para protegerse del sol.
Estas
“ramadas” eran algo así como el centro de operaciones de la cosecha de los
tomates. Los niños y las mujeres provistos de canastos de mimbre”agarraban” los
tomates de las matas y los trasportaban hacia la ramada.
Bajo las
ramas estaban los “embaladores “que clasificaban los tomates en primera, segunda o tercera y
los ordenaban en un cajón.
La faena se
extendía hasta el atardecer porque el trabajo consistía en embalar cincuenta,
setenta o cien cajas las que serían enviadas a los centros de comercio de la
ciudad.
En las
ramadas se realizaba el almuerzo y la once.
La mayoría
del tiempo el almuerzo consistía en
“sanguches” de tomate con cebolla y la once era el té que se tomaba en
unos “choqueros”.
El
“choquero”, no era otra cosa más que un tarro de café con un alambre, atado en
forma de asa.
Pero el día
transcurría consumiendo uno que otro melón y las exquisitas sandías que casi la
mayoría del tiempo, estaban a la mano.
Una pequeña
comunidad compartía el alimento, el trabajo, las bromas, las conversaciones,
los sueños y las vivencias.
Los niños
deambulaban por el campo jugando con insectos y lagartijas.
Hola que tal.
ResponderEliminarPrimero que nada felicitarte, por armar este interesante Blog y acompañarlo de imágenes y atractivos comentarios referentes a la vida de Quilicura Antiguo.
Llegue a tu blog porque , hace unos días tuve un recuerdo de la época que había una especie de quinta-zoológico ahi en Matta-Pratt (donde están los departamentos) por lo cual me dio una locura de encontrar una imagen, sin darle al clavo.
Recuerdas de lo que hablo? Tendrás alguna imagen?
Saludos y que siga actualizándose tu blog.
Gracias a Salvador por sus conceptos.
EliminarNuestra familia pertenece al igual que muchas otras, a los fundadores de esta comuna.
Por supuesto que recuerdo esos episodios.
Espero publicar algo al respecto.
Gracias por leer y por su comentario.
Le saluda
Mario Monasterio Calderón
Esa era la quinta de don Alfonso Galaz. Mi abuelo solía pasar a conversar con el cuando yo era niño.
ResponderEliminarAlfonso Galaz, compadre de mi abuela, me llevaban de niño a la quinta de Quilicura, en familia.
ResponderEliminar