“LOS
INTRÉPIDOS”
La
expresión musical de los años sesenta.
En el año
1963 Quilicura era un oasis de tranquilidad y paz.
Un bus
recorría las calles de la comuna a lento andar trasportando a los Quilicuranos
que iban y venían desde el centro de la capital.
Todo era lento
y sin prisas.
Los
servicios públicos eran muy limitados y casi imperceptibles: Un cuerpo de
bomberos, un retén de carabineros y un consultorio pequeñísimo que pretendía
cubrir las necesidades del pueblo.
En el año
1963, Quilicura no contaba más que con
una central telefónica, que disponía de una telefonista que atendía las
llamadas de unas cuantas personas que poseían teléfonos domiciliarios. En
verdad no eran más de diez o quince teléfonos
y la pequeña central ubicada en la calle José Francisco Vergara cumplía
con este servicio durante algunas horas del día.
El resto de
la población, unas treinta y cinco mil personas, simplemente no sabían de la
existencia de esto y menos aún que los más cercanos al “pueblo”, podían
utilizar el único teléfono que había en esta compañía.
Por
entonces las comunicaciones no eran una necesidad de la comunidad.
El comercio
estaba limitado a unos cuantos boliches que expendían alimentos y que cerraban
sus puertas cerca de las siete de la tarde.
Durante el
otoño, la plaza de Quilicura exhibía sus árboles que por entonces ya parecían
viejos y añosos y al inicio de mayo el suelo se cubría de miles de hojas
amarillas.
Las hojas
trasformaban sus pasillos en una gruesa alfombra que la llovizna hacía brillar
en sus tonos oro y ocre.
Era un
espectáculo hermoso pero que entristecía
aún más, el ambiente mísero que exhibía el centro de lo que era nuestra comuna.
Al llegar
la noche la plaza y el pueblo quedaban
vacíos.
Antes de la
nueve de la noche, la quieta comuna de Quilicura dormía en absoluto silencio y
paz.
La comuna
contaba sólo con dos establecimientos educacionales lo que significaba que
muchos niños y jóvenes viajaban diariamente hacia la capital para completar sus
estudios, estos eran los que repletaban junto con obreros y comerciantes el bus
número 56, el único transporte público..
Era una
tierra quieta y sus habitantes, vecinos conocidos desde siempre, en su mayoría
era gente del campo, pequeños agricultores, campesinos e inquilinos. La vida
trascurría sin sobresaltos no obstante que en el planeta se desencadenaban una
serie de movimientos sociales y culturales que repercutirían en nuestro suelo
años más tarde.
Junto a la
plaza de Quilicura, hacia el norte, se encontraba el estadio municipal.
No era otra
cosa más que una cancha de fútbol con unas viejas galerías de madera que con
suerte albergarían ciento cincuenta personas.
Sin embargo
este pequeño estadio que contaba con unos pequeños y sucios camarines formaba
parte de los emblemas de la comuna porque tenía la facultad de convocar a la
tranquila comunidad local.
Una alameda
a la entrada le otorgaba el frescor en las tardes de verano.
En el año
1962, lejos de esta tierra, en el otro extremo del mundo se iniciaba la revolución
de la música con el cuarteto de Liverpool The Beatles.
La música
en nuestra comuna estaba circunscrita a las quintas de recreo y restaurantes.
En estos locales los sábados por la noche llegaban los visitantes a bailar.
Una de
estos locales, era la “Quinta Barcelona”, que tenía un grupo musical tipo
sonora que deleitaba a los presentes con la música de Pérez Prado y con los
ritmos caribeños y colombianos que eran el delirio de los bailarines. Allí se
hacían presentes algunos músicos locales
con sus escasos instrumentos.
A una
cuadra de la Quinta ,
al atravesar la plaza, se encontraba el estadio que albergaba la fiesta de los
domingos que era el fútbol.
De vez en
cuando, en el recinto se hacían algunas actividades extradeportivas. Estas
festividades estaban limitadas a las tradiciones “dieciocheras” donde las
familias acudían para que sus hijos pequeños se divirtieran.
En esta
ambiente y por estos años unos jóvenes iniciaban un camino inexplorado, eran
los amantes de la música popular que ya se abría paso imperceptiblemente en
estas latitudes.
Antes de
aquello la música era más bien familiar y las guitarras se escuchaban en las
ramadas y en las tertulias donde predominaban los valses, las tonadas y las
rancheras mexicanas.
En el año
1963, la historia cambiaría y como suele ocurrir, el cambio venía de la mano de
los jóvenes.
Uno de
ellos, Hugo Rozas, que formaba parte de
las sonoras bailables comenzó a redescubrir la música que nos llegaba de Europa
y los acordes de su guitarra empezaron a ejecutar a grupos musicales diferentes
que las radioemisoras se atrevían a programar. No había aún los cassettes e era
impensado el CD. A lo más en uno que otro hogar estaba la vieja victrola en la
que se escuchaban los tangos o algún tocadiscos que reproducía los pesados long
play con música de orquestas.
La primera
radio que se escuchó en Quilicura fue en el año 1957.
Hacer
música era dificilísimo, porque no se contaba con ningún medio para ello.
La
herramienta en esencia era el oído.
En Uruguay
irrumpía el conjunto “Los iracundos” que tendría una gran influencia en la
música de los grupos chilenos y que en algún grado escapaba al concepto de la
“nueva ola” que se empoderaría de los rankings
nacionales y que tenía su origen en las baladas italianas.
Las
emisoras hicieron escuchar dos ritmos que hacían furor en el mundo occidental:
el rock and roll y el Twist, ambos se definían
como “locura de juventud” y alternaban sus programaciones con la música
mexicana que era lo que predominaba en nuestros oídos.
En
Quilicura, como hemos dicho, la música como expresión popular se encapsulaba en
las quintas de recreo.
En estos
años, al inicio de los sesenta, Hugo deambulaba con su guitarra y donde había
la posibilidad hacía escuchar estos nuevos ritmos. Era músico sólo de oído porque
escasamente tenía estudios de preparatoria.
Finalmente
logró constituir un grupo musical que interpretaba los nuevos ritmos sólo con
guitarras acústicas.
Pasarían
varios años para que en Quilicura sonara la primera guitarra eléctrica.
El nuevo
grupo, el pionero de los grupos de la comuna se denominó “Los intrépidos”, y
fueron cinco jóvenes los que le dieron forma: Hugo Rozas (el negro), Pedro
Ríos, Freddy González, Jeremías Riveros y Pablo Vergara.
Podían
hacer su música en la plaza, en la calle, en una casa o en cualquier lugar,
todos tenían como una única escuela el oído.
Por
aquellos años, Quilicura era una aldea quieta y no contemplaba encuentros de
ningún tipo, todo se limitaba al fútbol y a la participación religiosa en las
dos únicas iglesias que había: la Iglesia
Católica y El culto evangélico. Los jóvenes de ayer
canalizaban sus inquietudes e intereses en estos escenarios.
El grupo
“Los intrépidos”, participaba en algunos “malones”.
Los
“malones”, era una fiesta de tipo familiar en que se reunían grupo de
adolescentes y jóvenes donde consumían bebidas, realizaban juegos y escuchaban
música. Eran las únicas fiestas juveniles y que se iniciaban cerca de la 20.00
horas y nunca se excedían más allá de la medianoche.
Tampoco eran
muchas.
La vida
familiar estaba estructurada bajo una disciplina que impedía que las
“señoritas”, circularan durante la noche a no ser que lo hicieran con sus
padres o hermanos mayores. En razón de esto, los malones se realizaban los
sábados por la tarde y era el único momento donde la expresión juvenil podía
canalizarse.
El grupo
musical “Los intrépidos”, participó en algunos de estos malones entregando la
nueva música que años más tarde se masificaría en todo el país.
Junto con
el Twist, el rock and roll y la nueva ola, surgía el sonido
de los Beatles, ritmos que los miembros de los grupos incluían en sus ensayos.
Fue en el
año 1966 que “los intrépidos” irrumpieron en las fiestas de Quilicura y
rápidamente el público los reconoció.
El estadio
municipal albergaba un encuentro artístico cultural preferentemente folklórico
y los músicos subieron al escenario con sus guitarras y su batería.
El
escenario era una pequeña tarima de madera y la amplificación contaba con tres
micrófonos, lo suficiente para que esa tarde el público escuchara las canciones
de “iracundos”, las baladas de Tom Jones y las
canciones de los Beatles.
Esa tarde
se escuchó por primera vez el repertorio de estos jóvenes y la gente quedó
encantada con los nuevos artistas. Estuvieron interpretando sus temas cerca de
media hora y Hugo haciendo alarde de sus aptitudes para puntear el nuevo sonido
que ya recorría los diferentes lugares del planeta.
Entre las
melodías de mayor logro estaba “calla” y “la lluvia caerá “de los iracundos.
Por otra parte Jeremías, lucía su falsete con las canciones de Yaco Monti y Tom Jones con la interpretación de “Que tienen tus
ojos “y “Dalila”.
Freddy, era
admirado porque la ejecución de la batería era atractivo para los muchos niños
que había esa tarde y porque los jóvenes se contagiaban con el ritmo de los
tambores y los platillos.
Aquella
tarde de agosto del año 1966 surgió para la comuna la banda “los intrépidos”
que permanecerían unidos y renovándose por varios años.
Al inicio de los años setenta la banda se
convertiría en “sólido cinco”.
Es difícil
imaginar hoy estos escenarios de ayer.
Al presente
la tecnología del sonido y la iluminación, la utilización del computador para
la realización de la música y los cientos de recursos acústicos musicales
impiden dimensionar lo muchísimo que significó aquello en esos años.
La vida era
muy simple entonces.
La vida no
otorgaba espacios para el desarrollo artístico en lugares como Quilicura que
siempre fue en esencia una comuna rural de tipo campesino.
Hacía falta
mucha motivación, dedicación y cariño para emprender una ruta musical.
Sin embargo
en las situaciones y en las condiciones más adversas, irremediablemente el
talento siempre se abrirá paso.
Hugo murió
en un accidente laboral, Pablo nos dejó muy tempranamente antes de cumplir 30
años, Freddy falleció en un trágico accidente automovilístico.
Jeremías
Riveros padeció una gravísima enfermedad que le llevó a su deceso.
Pedro, que
era el bajista, al quedar solo, legó la música a su hijo.
Quilicura y
“los intrépidos” forman esta página de nuestra pequeña historia.
Luego
vendrían muchos más pero ellos, no podían permanecer en el olvido.
Había que
tenerlos en la memoria.
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