4/11/13

UN FUNERAL ENTRE LLANTOS, CONSIGNAS Y FUSILES

WILSON DANIEL HENRÍQUEZ GALLEGOS



En el año 1987, Quilicura aún era una comuna con ciertos rasgos rurales. Todavía quedaban calles y sectores que mostraban algo de la historia agrícola, precisamente  lo que había originado la creación de la comuna.
El alumbrado público aún era muy precario y mantenía en penumbras los rincones de la aldea, en las noches casi solitarias.
Aún por esos años, los vecinos mantenían algunas tradiciones y costumbres que habían heredado de nuestras familias más antiguas y que perduraban casi heroicamente.
Una de estas tradiciones era el respeto y cariño por la Iglesia católica y sus festividades.
Otra, era el fútbol de los domingos y por otro lado, las fiestas escolares.
Y una tradición permanente era el amor hacia los muertos.
En el ámbito escolar, aún se mantenía la hegemonía de las Escuelas Municipales con los colegios particulares que ya se desplazaban por nuestros barrios.
Quilicura, al igual que el resto del país vivía bajo un régimen militar que oprimía de una manera casi cruel a nuestra sociedad desde hacía 14 años, pero que sin embargo se atisbaban ya los pequeños rayos de la libertad.
En el año 1987 un invierno más frío que lluvioso hacía sentir su inclemencia sobre los sectores más modestos.
Yo era profesor desde el año 1970.
Nuestra Escuela, el lugar de nuestro trabajo,  era un oasis de esfuerzo y de abnegación laboral y constituía un refugio solidario y familiar.
La Escuela 337 estaba ubicada en el corazón de la Población “El Mañío”.
El recorrido desde el sector céntrico hacia El Mañío eran unos quince minutos caminando a ritmo normal. La ruta diaria  permitía observar los hogares modestos, sentir en el rostro, el frío y las heladas de la mañana.
Realizando este camino, Quilicura dejaba ver su pobreza.
La pobreza y el descontento no aparecían en la TV.
A mediados del mes de junio del año 1987, la prensa la radio y la TV, que se mantenían controladas por el Régimen, dio a conocer la noticia de un "enfrentamiento entre las fuerzas policiales y un grupo de extremistas del frente patriótico Manuel Rodríguez.”
En estos enfrentamientos sucesivos habían resultado heridos algunos  miembros de las fuerzas especiales y habían sido abatidos un grupo de 12 “extremistas” la mayoría de los cuales se refugiaban en la calle Pedro Donoso de la comuna de Recoleta.
El día 15 de junio, la Iglesia celebraba la festividad de Corpus Christi.
En esa misma noche hubo también otros tiroteos en la Comuna de San Miguel.
Las noticias de la TV mostraban el lugar donde se había producido la balacera y los cadáveres de “los guerrilleros “esparcidos en una casa.
Esto no era nuevo.
La TV y los medios de comunicación, incontrarrestables en esa época, entregaban las informaciones de “extremistas” muertos con cierta frecuencia: algunos  morían portando explosivos, otros morían al oponerse a la  policía, otros morían como consecuencia de sus propias revanchas y también se producían muertes por “enfrenamientos”.
Muchos de nosotros, ya sabíamos que eran permanentes montajes informativos.
Todos los medios de comunicación sin excepción entregaban la versión oficial y única.  Generalmente había unos testigos y un oficial que explicaba técnicamente en lo que había consistido el enfrentamiento,  luego el Gobierno justificaba las muertes.
En la noche de Corpus Christi obviamente no hubo ningún enfrenamiento sino que lo que ocurrió fue una matanza planeada desde la C.N I. para aniquilar el “Frente patriótico Manuel Rodríguez”
El nombre de esta operación fue “Albania”
Esto no era algo nuevo. Chile vivía bajo ese régimen de terror y mentiras.
La noticia se expandió y se hizo sentir en nuestra Escuela.
Uno de los abatidos era Wilson Henríquez Gallegos, un joven que vivía en uno de los pasajes de la población “El Mañío”.
La consternación la provocaba tanto la trágica noticia como el hecho de que el joven Wilson, viviera en nuestra población y era conocido de todos los vecinos.
El suceso nos llenó de temor porque precisamente ese era uno de los objetivos de esta masacre.
Por aquellos días, muchos de nosotros habíamos encontrado un refugio social bajo el alero de la iglesia y prontamente la noticia del asesinato de Henríquez  provocó un hondo sentimiento.
En Chile asesinaban muchas personas, pero este caso estaba mucho más cercano, de tal manera que las oraciones por su familia en forma anónima se hacían sentir en nuestras comunidades.
El cadáver de Wilson Henríquez finalmente fue entregado a su familia.
Tenía 21 impactos de bala. Luego de ultrajarlo lo fusilaron en el patio de una casa en la calle Varas Mena en un barrio de San Miguel.
El párroco de la época, en el invierno del año 1987, se encontraba fuera de Quilicura y nos pidió que acompañáramos a su familia el día de las exequias.
 Éramos dos personas. Nancy y yo.


Quilicura fue fundada a inicios de siglo, en el año 1901 y junto con ello  había entrado también en vigencia el cementerio de Quilicura.
En efecto, el cementerio distaba del “pueblo”, poco más de tres kilómetros por un sendero que bordeaba el cerro.
vista interior del cementerio.
Era un viejo camino que en parte se había conformado por el paso de las carretas y carretones a la localidad de Renca.
El sendero rocoso se fue formando en la falda de la cadena de cerros, en una extensa planicie que durante el inicio de la primavera se cubría de “huilles”, hermosas flores silvestres rosadas y blancas que embellecían el paisaje casi virginal.
Por aquel sendero transitaban los deudos hacia el cementerio local.
Los funerales hasta esos  días eran todo un ritual, un pequeño ritual que venía de las generaciones anteriores. Todo se iniciaba con las oraciones y el repicar de las campanas y de allí comenzaba el largo viaje.
Encabezaba el cortejo el féretro que cargaban cuatro o seis familiares o amigos, todos varones. Tras de ellos marchaban los “cargadores” que turnándose cada treinta o cuarenta metros iban haciendo los relevos hasta llegar al cementerio.
Luego de la organizada fila de hombres, venían las mujeres vestidas de luto con sus oraciones llantos y flores..
Era un cansador y penoso viaje, llevando el ataúd “a pulso”, lo que ocurría bajo el sol abrasador del verano o bajo la intensa lluvia del invierno.
Generalmente los que profesaban la fe católica, antes del inicio del cortejo participaban de la misa.
Esto fue una tradición absolutamente enraizada que fue disipándose con la creación de otras capillas.

El cadáver de Wilson,  permaneció para su velatorio en la nueva capilla San Gerardo de la población “El Mañío”.
Sus exequias se realizarían el día sábado.
Nancy y yo portábamos un rosario y los textos para el responso, porque era lo usual para acompañar a las familias.
La pequeña capilla de madera, se encuentra  ubicada en la calle central por el  acceso a la población.
Aquel día, desde lejos se divisaba movimiento de gente y algo extraño en el ambiente.
Frente a la capilla se habían instalado dos “micros” de carabineros y un poco más allá dos patrulleras con sus balizas encendidas. Eran las 15.30 horas.
Un bullicio nos esperaba al ingresar a la capilla.
Un Diacono que no conocíamos, terminaba de hacer las oraciones y entre el llanto, el desconsuelo, la ira y la impotencia se escuchaban gritos y consignas.
La escena era conmovedora: niños y jóvenes rodeando abrazados el ataúd y gente que lloraba con gemidos desesperados.
Quedamos estupefactos y permanecimos en silencio en la puerta de la capilla.
Nancy atinó a decirle a alguien “somos de la parroquia y nos ha enviado el párroco”.
Todos querían estar en contacto con el féretro, de tal manera que fue sacado de la capilla entre  muchísimos brazos. Los lamentos y los gritos no cesaron sino que se intensificaron con voces ya roncas y cansadas.
Los pobladores miraban desde lejos. No era difícil suponer que los medios de comunicación influían en la actitud temerosa de la gente.
Esta vez el ritual para trasladar al difunto se trastocó en algo de especial dramatismo.
No hubo fila de “cargadores”, sino un grupo compacto de jóvenes que caminaban abrazados en torno al féretro, llorando y gritando.
¡Compañero Wilson Henríquez!
¡Presente!
¿Quién lo mató?
¡La dictadura!
¿Quién lo vengará?
¡El pueblo!
¿Y cómo lo haremos?
¡Luchando, creando poder popular!
¿Compañero Wilson Henríquez?
¡Presente!
¡Ahora y siempre..!
El cortejo emprendió rumbo hacia el cementerio con paso raudo y decidido, casi al ritmo de una marcha callejera.
Todos apuramos el paso para poder seguirlo.
El llanto y los gritos no cesaron.
Había más patrulleras en las esquinas y grupos armados de carabineros provistos de cascos y fusiles.
Decenas de curiosos observando desde lejos.
A nuestras espaldas  se instalaron las “micros” y nos siguieron durante el largo camino.
Era una tarde soleada del mes de junio.
Al volver la vista hacia los cerros se divisaban uniformados soldados y carabineros apostados apuntándonos hacia el cortejo con sus fusiles.
Una fila de militares armados marchaban por la planicie del cerro al mismo ritmo de nuestro cortejo y varios carabineros con uniformes de combate se instalaron a ambos  costados de los asistentes que éramos poco más de cien.
Todos se abalanzaban sobre la urna y apresuraban el paso.
En Quilicura estábamos habituados a cortejos lentos y ordenados donde la fila de acompañantes se extendía por muchos metros.
No fue así en esta ocasión.
Los carabineros y las fuerzas de seguridad en ocasiones habían dispersado muchos funerales,  terminaban lanzando bombas lacrimógenas  y realizando disparos creando el caos y el pánico entre los deudos.
Quizás era lo que pensaban y temían todos los que rodeaban el féretro.
Como quiera que fuese, se respiraba la ira el dolor y la impotencia entre los gritos desgarrados  y el clamor por la  justicia.
Nancy y yo caminábamos a unos metros del ataúd, sin comprender aquel inmenso despliegue militar y pensando en que la familia requería algo de paz para sepultar al hijo tan querido.
Pero no hubo paz.
La fosa para el ataúd ya esperaba y un joven arengó a los asistentes al funeral.

“¡Nada hay que aceptar a esta dictadura y a estos asesinos, compañeros,   hay que luchar sin miedo contra el tirano y el pueblo se tiene que organizar, porque estos perros seguirán matando y persiguiendo a nuestros compañeros. 
La batuta la tiene el pueblo y  le haremos frente a cada uno de sus ataques.
Que no decaiga la lucha contra el tirano y contra la dictadura, el pueblo tiene que estar siempre de pie.
Este llanto de las compañeras se debe transformar en fuerza para la organización!”

Caía la tarde en el camposanto.
Afortunadamente los fusiles se ubicaron a distancia y sólo ingresaron hasta el lugar del sepelio uno que otro agente que pretendían confundirse con el grupo de acompañantes y familiares.
El desconsuelo era más poderoso y en verdad poco importaba lo que harían los servicios represivos.
Quienes estaban junto  a nosotros escucharon que rezábamos el padre nuestro y se unieron a la oración.
Alguien a lo lejos gritó:
 “¡Damos las gracias a la Iglesia católica!”
Algo temerosos aún, Nancy y yo, abandonamos el cementerio.


Abatidos en la "Operación Albania".















Retrato de Wilson

http://www.quilicuraseptiembre.blogspot.com

3 comentarios:

  1. Estimado Mario,
    Junto con saludar, le escribo para saber novedades de usted.
    ¿Como se encuentra? , espero que bien y lo aliento a que nos vuelva a alegrar y emocionar con sus lindas historias de Quilicura , que nos hacen retroceder a tiempos hermosos e irrecuperables.
    Saludos atentos.
    Salvador Llanca Clavero

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  2. felicidades y agradecimientos por esta obra de historia de Quilicura, llegué hace menos de 5 años, hoy me metí en esta pagina y quedo maravillado con la vida, que usted sabe revivir, en estas paginas, que Dios y los quilicuranos sepan agradecerle, me permite abrazarlo un nuevo admirador Párroco de Sagrada Familia

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  3. Honor y Gloria por el joven y querido luchador Wilson Henriquez y gran admiración y respeto por el profesor Mario Monasterio, quien mantuvo viva la memoria, de los crimenes y montajes de la dictadura...Mis respetos. Newton..

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